jueves, 19 de mayo de 2016

Lo estamos pensando poco


Y llegó nuevamente el Día Internacional del Museo; con sus actividades extraordinarias; con sus jornadas de puertas abiertas; con sus noticias pintorescas saturando los medios; con sus listas de “los 10 museos que…”;  con fotos de infantes, usuarios despistados por la falta de costumbre en la visita o políticos sonrientes (y también despistados por la falta de costumbre); con sus reivindicaciones, que tratan de aprovechar que hoy es de los pocos días en que se hace caso a los museos y a sus trabajadores; con sus cifras, malditas cifras.

También es el día en que hay gente que visita un museo por primera vez para no volver; el día en que se inauguran actividades ordinarias que solamente retrasaron la fecha para añadir un poquillo de impulso mediático; el día en que se descubre la existencia de museos ignorados, que lo estaban por algo; el día en que algún político, por mor del despiste o del calentón, promete cosas que luego debe cumplir pues las ha manifestado en sala de prensa y a qué coste a veces; el día en que muchos usuarios se dan cuenta de que hay numerosísimas personas que trabajan a diario en los museos (también en esos en los que hay jornadas en las que no entra nadie); el día en el que el museo tiene menor competencia y puede visibilizar sus demandas, carencias y necesidades.

Esto no es una crítica a la celebración del DIM, sino al uso que hemos venido otorgando a la efeméride en los últimos años. Creo que muchos profesionales de museos nos hemos dejado llevar por la autocomplacencia (con la colaboración interesada de los titulares de los museos y la complicidad o falta de exigencia del usuario) y hemos transformado el DIM en un objetivo en sí mismo, más que en un medio para alcanzar un propósito. A veces pienso que nos quedamos en la efervescencia de la ocasión sin aprovechar el empuje que la fecha puede proporcionar. Y muchas más veces tengo la sensación de que algunos acuden al DIM obligados, sin ganas, sin espíritu ni finalidad, solamente porque no se puede dejar de estar y porque en el amparo de la prodigalidad disimulan quienes solamente están aquí de paso.

Foto extraída de http://icom.museum/actividades/dia-internacional-de-los-museos/L/1/

Y eso me lleva a hacerme muchas preguntas y a animarte a que tú también te las hagas. ¿Tienes claro qué es lo que quieres para tu museo? O haces lo que siempre se ha hecho ¿Te has parado a reflexionar sobre la misión del museo, sobre por qué haces las cosas que haces? O simplemente te limitas a reproducir comportamientos que te parecen adecuados. ¿Te has abierto realmente al usuario? O solo te interesa saber su número. ¿Tu visitante conoce los servicios que presta el museo? O los das por conocidos y aceptados. ¿Te relacionas y trabajas con otros museos? O los ves como una competencia. ¿Has aprendido algo en estos años? O es que ya lo sabes todo.

Son tantas las preguntas que no nos hacemos, tantas las preocupaciones que no compartimos, tantas las cosas por hacer, los públicos por incluir, las barreras por derribar, los vicios que eliminar. Si todos tenemos claro que el museo es un espacio de encuentro y participación, que es un medio de intercambio cultural y de desarrollo social. Si es nuestra casa… ¿por qué no debatimos más y reflexionamos sobre el museo? ¿Te lo has planteado? ¿De verdad?

Cualquier día del año, no solo el 18 de mayo, hay muchos museos que hacen un gran trabajo y muchas actividades apasionantes con visitantes disfrutando en el museo. Pero si en tal día la noticia se reduce a que el museo es "gratis" y la actividad "excepcional" es que lo estamos pensando poco.

jueves, 12 de mayo de 2016

Sobre museos, libros y preciosos recuerdos


Hoy se celebra en Twitter el Museum Memories Day (#MusMem), un evento global creado para rememorar o recordar momentos inolvidables en museos. La verdad es que es uno de tantos eventos tuiteros, pero a mi me sirve como excusa para sumarme a la propuesta con una entrada al blog. ¡Que me apetece, oiga!

Para encontrar mi primer recuerdo de museos no tengo que hacer una búsqueda imperiosa en el Minroud de Yor, ni abordar un registro arqueológico con harrisiana precisión. De hecho, tengo varios recuerdos para escoger porque en mi memoria se suceden abundantes visitas museales que, por suerte, están asociadas a la felicidad de mi infancia. La mayoría de esas escenas se desarrollan en Madrid, pues mis padres me llevaban a la revista familiar (dícese abuela) una o dos veces al año, y cada uno de esos viajes traía la visita a un museo. Me quedan de entonces maravillosas imágenes de altas estanterías de madera repletas de fósiles y especímenes en el Museo Nacional de Ciencias Naturales o de inacabables maquetas, imponentes panoplias y solemnes estandartes en el Museo del Ejército.

Como todos los padres, pero sobre todo los de los tardíos sesenta y lo tempranos setenta, los míos estaban obsesionados con proporcionarnos medios, conocimientos o recursos, que nos permitieran “labrarnos un futuro” y hacernos “hombres o mujeres de provecho”, como se decía antes. El objetivo era simple y sin adornos, casi un ejercicio de resistencia: que tuviéramos una vida mucho mejor que la suya, con mejor perspectiva económica, pero sobre todo más libre e independiente.

En esa dinámica mis hermanos y yo hemos podido disfrutar de muchas cosas pero, de entre las más relevantes (más allá del cariño recibido, o inculcarnos un espíritu de superación o la honradez como principios fundamentales), destaco la posibilidad de tener todos los libros que pudiéramos leer y aquellas experiencias en grandes museos madrileños. Aquellos dones se concretaron en una permanente afición por la lectura y una de mis mayores satisfacciones: mi trabajo. No sé si aquellas visitas fueron una semilla en un ánimo predispuesto o si fueron el abono que esa simiente necesitaba, pero me gusta pensar que mi elección de estudiar arqueología y mi actividad como conservador de museos empezaron a forjarse en aquellos años. Mi madre quiso corregir esta deriva años después insistiendo en que estudiara Derecho, que era lo que estaba de moda porque parecía comportar un porvenir seguro, pero por suerte no hice caso… Aunque esa es otra historia.

"Los padres del artista", Otto Dix (1891 -1969). Foto encontrada en http://ow.ly/4nsb5N

Con el tiempo la evocación de estas imágenes se ha mezclado con otras nostalgias y en el proceso se han sublimado maravillosas asociaciones de museos y libros. ¿Acaso aquél viaje a Madrid en tren que duraba tres horas y media no era tan eterno como las miles de verstas siberianas que recorría Miguel Strogoff? ¿O el Museo de Ciencias Naturales no era lo más parecido, según la imaginación de un niño, al “Viaje al Centro de la Tierra”? ¿Es que las armas expuestas en el Museo del Ejército no eran las mismas que se usaban en las batallas de “Guerra y Paz”? 

Para mi suerte, entre museo y museo y hasta que empecé a visitarlos por mi voluntad, también encontraba patrocinio informativo en mi propia casa. No me faltaban recursos librescos en obras de gran formato como el entrañable “Maravillas del Mundo” editado por el Círculo de Lectores, en la cita periódica con el Selecciones del Readers’s Digest o en diversas enciclopedias y obras de referencia entre las que se encontraban, como joyas de la corona, los veintitantos volúmenes del SUMMA ARTIS. En definitiva, los libros me llevaban a los museos y los museos a los libros.

Casualmente hoy celebro también mi quincuagésimo natalicio y, ley de vida, ya no tengo a mis padres. Hace exactamente 50 años que me vieron la pinta y añadieron, a las que ya tenían, la responsabilidad de cuidarme y educarme. Creo que lo hicieron co-jo-nu-da-men-te.

Sin duda uno de mis mejores recuerdos hoy es que mis padres me dejaron su cariño, los museos, los libros y los preciosos recuerdos.

Gracias Mamá. Gracias Papá.